La académica e investigadora de Antropología UC, Marcela Sepúlveda tiene más de doce años estudiando el uso de pigmentos minerales que esta antigua tradición cultural aplicó a sus muertos desde hace 7.000 años atrás. La experta destacó la importancia del reconocimiento hecho por la UNESCO a esta civilización que habitó el norte del país, particularmente entre los valles de Azapa (Arica) y Camarones.
Los Chinchorro tenían distintos tipos de momificación, mezclaban pigmentos con otros compuestos para o bien emplearlo en el relleno de los cuerpos o bien para recubrir los cuerpos momificados. Foto: Museo Nacional de Historia Natural Chile.
“Hay evidencias que indican que no todos los individuos de la tradición cultural Chinchorro eran momificados con técnicas elaboradas de preparación y tratamiento del cuerpo. Quienes si lo fueron, y son hasta ahora las momias más antiguas que se han descubierto, corresponden a infantes, luego momificaron a mujeres y hombres, algunos de ellos de avanzada edad. Su esperanza de vida era de aproximadamente 35 años, aunque algunos alcanzaban edades más avanzadas. Entre estos, se observan patologías u otras características cuyos testimonios quedan en sus huesos y tejidos como la piel o pelo, entre otros, que podemos analizar”, explicó la académica e investigadora de Antropología UC, Marcela Sepúlveda.
La experta ha estudiado desde 2009 el procesamiento y aplicación de pigmentos minerales empleados en la momificación y recubrimientos de algunos cuerpos Chinchorro. “Es interesante a través de ello aportar a precisar la variabilidad de las prácticas fúnebres y comprender el significado de la muerte en esta sociedad. Se observaron además interesantes conocimientos respecto del manejo de los materiales empleados relacionados con su obtención, preparación y aplicación, así como sobre el cuerpo, su intervención, momificación y preservación”, agregó.
La investigadora destacó que “el hecho de que hayan sido declaradas ‘Patrimonio Mundial de la Humanidad’ por parte de la UNESCO permite valorar la importancia de este patrimonio arqueológico, testimonio humano de una tradición milenaria en Chile. Además, destaca el carácter excepcional de las prácticas y conocimientos asociados a los procesos de momificación en sociedades pescadoras, recolectoras y cazadoras que poseen incluso una mayor antigüedad que las momias de Egipto”.
“Este nombramiento permitirá no sólo dar a conocer la cultura Chinchorro, sino específicamente generar e implementar una serie de medidas para proteger y preservar 3 sitios arqueológicos donde aún se encuentra una gran cantidad de cuerpos momificados y vestigios materiales de esta tradición: 2 en la ciudad de Arica y 1 en la desembocadura del valle de Camarones”, señaló la arqueóloga UC, Marcela Sepúlveda.
Análisis químico elemental con fluorescencia de rayos X portátil in situ de un hueso del maxilar superior de una momia chinchorro con recubrimiento pintado. Foto: Manuel Alarcón / MNHN.
Técnica milenaria
La arqueóloga explicó que esta cultura mezclaba pigmentos con otros compuestos para o bien emplearlo en el relleno de los cuerpos o bien para recubrir los cuerpos momificados. “En síntesis con diferentes mezclas en base a compuestos similares (óxidos de hierro, manganesos y arcillas) elaboraron preparaciones de textura pastosa con el que recubrían el cuerpo modelado, las mascarillas o casquetes. En ciertos casos pudimos evidenciar la aplicación de varias capas de pinturas, preparaciones nunca exactamente iguales, con incluso cambios de colores. Con ello pudimos evidenciar actos de re-pintado, de reparación, pero también de reactivación del rito, testificando del cuidado que había inclusive hacia los muertos. Es muy probable que compartieran entre los vivos antes de ser enterrados”, dijo.
Los Chinchorro desarrollaron distintos tipos de momificación. Se encuentran entre otras las momias modeladas en las que se preserva la estructura ósea, se modela con arcilla alrededor del cuerpo para luego, en general, aplicar el pigmento encima como última etapa.
“Hay otros cuerpos que preservan el esqueleto, sostenido con maderos, y la piel, vacían todo su interior para rellenarlo con arcilla, ceniza, fibra vegetal, algas, plumas y pigmentos molidos, estos a veces mezclados con otros minerales. Las capas de pintura van sobre el cuerpo, sobre un casquete que sostiene muchas veces el pelo de las momias o también sobre la máscara modelada y pintada que cubre el rostro. Hay también otras con el cuerpo envuelto con vendajes de piel y otras cubiertas con pátinas de barro”, detalló la investigadora UC.
La experta recordó que una vez encontraron el caso de un individuo de avanzada edad que por las patologías evidenciadas en su cuerpo que no podía valerse por sí mismo, por lo que para mantenerse debió contar con el apoyo y cuidado de su comunidad hasta fallecer, momento en el que tuvo también un trato especial. “Ellos cuidaban de todos los miembros de su núcleo familiar y grupos con quienes convivían en torno a aguadas, tanto en vida como a su muerte. Pero más destacable es el cuidado también a sus muertos, ya que se observan momias que muchas veces se rompieron y fueron reparadas. Es fascinante poder reconocer el significado del cuidado en esta tradición, la que trascendió desde los vivos hacia los muertos y probablemente de los muertos hacia los vivos”, agregó.
Esta es una imagen por microscopía de corte transversal de una muestra de recubrimiento de una momia Chinchorro tomada por Marcela Sepúlveda en 2015. Foto: Museo Nacional de HIstoria Natural Chile.
Trayectoria del color en Chinchorro
La historia de Marcela Sepúlveda con las momias Chinchorro partió cuando era académica del departamento de Antropología de la Universidad de Tarapacá, entre 2006 y 2019, donde desarrolló proyectos de investigación sobre esta tradición junto a Vivien Standen, Bernardo Arriaza y Calogero Santoro, además de liderar el proyecto de FNDR que permitió la elaboración del plan de gestión y manejo de sitios arqueológicos Chinchorro ubicados en los Faldeos del Morro, cuya preparación sirvió de base para el expediente presentado a la UNESCO.
En 2006, la investigadora comenzó en el marco de un FONDECYT de iniciación a analizar los temas del color y pigmentos a partir del estudio de las pinturas rupestres de la precordillera de Arica sitios situados entre 2500 y 4000 metros de altura. “Nos dimos cuenta que esas pinturas realizadas por cazadores recolectores altoandinos eran contemporáneas a las evidencias de uso de materias colorantes halladas en los contextos arqueológicos asociados a los grupos de cazadores y pescadores costeros Chinchorro. De ahí que nos planteáramos como objetivo en el marco de un primer proyecto FONDECYT regular comprender y contrastar estos diferentes usos, evaluar las similitudes y diferencias en cuanto a los materiales empleados y su proveniencia. Además, planteamos la posibilidad de evaluar posibles interacciones sociales e intercambios entre estas dos tradiciones cazadores recolectores de tierras altas y bajas durante el período llamado Arcaico”, señaló.
“En 2009 presenté un proyecto de cooperación internacional ECOS-CONICYT con un equipo de Francia liderado por Philippe Walter (LAMS, Sorbonne Université) y mis colegas de la Universidad de Tarapacá para estudiar específicamente los pigmentos de las momias Chinchorro. Nos enfocamos en analizar el tratamiento de los cuerpos desde el uso de materias colorantes y pigmentos para entender, no sólo qué estaban utilizando, sino cómo lo estaban usando, cómo las preparaban y de dónde las obtenían. Paralelamente ampliamos este estudio con colegas de la Universidad de Harvard para caracterizar y comprender los factores microbiológicos asociados a la degradación de la piel observados en ciertas momias y cuerpos momificados naturalmente Chinchorro. Reconocimos en ese momento que el aumento de la humedad era un factor clave en el aumento de un conjunto de microbacterias y hongos que proliferan alimentándose de ciertas estructuras de la piel incidiendo en su degradación química”, explicó la investigadora.
Tras un breve paréntesis, Marcela Sepúlveda se integró en un proyecto dirigido por Verónica Silva, antropóloga física y curadora del área de Antropología del Museo de Historia Natural de Santiago, el que se sigue desarrollando hasta la actualidad y se enfoca en el estudio de las colecciones y momias Chinchorro ahí depositadas. Se trata de cuerpos excavados en sitios de la desembocadura del valle de Camarones, los que constituyen hasta ahora los testimonios de momificación Chinchorro más antiguos existentes conocidos.
“Mi relación se ha mantenido en el tiempo porque hemos ido ampliando las preguntas, incorporando además más técnicas de análisis e imagenología, además de obtener nuevas dataciones C14-AMS. Estamos tratando de entender mediante una investigación interdisciplinaria la variabilidad de las técnicas de momificación empleadas para así evaluar sus cambios y permanencias durante aproximadamente 5.000 años, tiempo durante el que se mantuvo esta tradición Chinchorro”, concluyó la arqueóloga.